Un día, al regresar de la playa (la rutina) me fui a duchar. Y, tan pronto
como abrí el grifo, sentí una descarga eléctrica muy fuerte. Mis brazos se estremecieron
y no podía parar de temblar. Salí del baño completamente traumatizada. Hablé
con Rosana y con mis compañeros de piso para explicarles lo que me había pasado.
Para entender lo que pasaba, intentaron “tocar” el agua para ver si recibían
descargas. No les pasó nada. Empecé a pensar que me había vuelto loca y que mi
cuerpo tenía vida propia. Pero, al cabo del tiempo, nos dimos cuenta de que no
llevaba chanclas aunque mis compañeros sí. Y pues finalmente no era loca, había
electricidad pasando por el agua, los paredes y el suelo. Las chanclas funcionaban
como aislantes. Fuimos evacuados durante tres horas en frente de nuestro edificio
al esperar que la compañía de electricidad arreglara el problema (en pijamas y
chanclas).
Conclusión: por favor, vecinos, si no paguen sus facturas de electricidad,
no estropeen los contadores eléctricos.
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