Poco antes de regresar a Francia, una tarde salí con
mis amigas para beber un café cerca del monasterio de Santa Faz de Alicante. Pasábamos
un tan buen rato que sin darnos cuenta, era media noche. Cada una de nosotras
luego se fue a su piso. Pero el problema es ese : yo no vivía en Alicante, sino
en El Campello, un pueblo cercano de Alicante. Pues, “cercano”… Pensareis : “bueno,
tomas la tranvía y ya está”. Pero en Alicante no hay tranvía entre media noche
y las 5 o 6 de la madrugada, y mis amigas no podían acogerme porque vivían en
una residencia de estudiantes donde no se podía invitar a otros para dormir.
Entonces, armada de mis tacones de 12 centímetros, tuve que andar hacia mi piso
(y creedme, eso es un largo trayecto, especialmente cuando es media noche y que
no te puedes quitar los tacones porque el suelo está ardiente). Así que regresé
al piso a la una y media de la madrugada, con gente por a calle pidiéndome si
estaba bien (y prometo, ¡no estaba borracha!), y con los tobillo rotos. La
verdad es que al día siguiente ni siquiera podía andar, ¡y que di los zapatos a
mi hermana!
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